Programa de la Cooporación Sinfónica de Concepción
Me llegó lo siguiente, así que lo pondré tal cual:
El presente programa reúne obras de dos compositores de la primera mitad del siglo XX; dos personalidades y dos estilos muy diferentes que florecieron en medio de los violentos conflictos de su época.
Rachmaninov dejó Rusia luego de la revolución de 1917, y Martinu huyó a América en 1940 durante la invasión alemana. Desde entonces alternaron residencia entre Estados Unidos y Europa, expuestos a las corrientes estéticas dominantes de su tiempo, pero permaneciendo siempre fieles a un estilo muy personal y a la vez fuertemente enraizado en sus países de origen, a los que nunca pudieron regresar.
Rachmaninov conquistaría a un amplio público gracias a su virtuosismo pianístico y a sus composiciones teñidas de un sentimentalismo heredado de Tchaikovsky. Aunque mucho menos popular, Martinu se granjeó el apoyo de los más destacados intérpretes doctos con su estilo ecléctico, una mezcla única de folclor checo, jazz, impresionismo francés y un neoclasicismo que revivía incluso formas musicales del barroco y el Renacimiento. Por otra parte, Martinu creaba con una facilidad pasmosa –produjo unas 400 obras–, mientras que Rachmaninov debía lidiar con sus compromisos como pianista y director para hacerse del tiempo y la tranquilidad para componer.
La lenta gestación de la Sinfonía No.2 fue posible gracias a que Rachmaninov canceló todas sus apariciones como director entre 1906 y 1907. En el proceso, el compositor debió enfrentar la deteriorada autoconfianza que aún le producía el desastroso estreno de la Sinfonía No.1 (1897). Sin embargo, la Sinfonía No.2 se estrenó exitosamente y fue publicada de inmediato, convirtiéndose en una de las obras más conocidas de Rachmaninov hasta el día de hoy. Al igual que su predecesora, esta sinfonía es de dimensiones monumentales. Todos los movimientos están conectados entre sí por un tema recurrente; un recurso ya usado por Tchaikovsky en su Sinfonía No.5 (1888), pero que Rachmaninov maneja con mucho más oficio y sutileza. Es así como, luego de su primera aparición en las cuerdas bajas del Largo introductorio, el mismo tema da origen a la melodía principal del Allegro moderato.
También existen otras conexiones entre los movimientos; por ejemplo, entre el segundo tema del Allegro moderato y aquella memorable melodía del Adagio que es tan apreciada por el público. Lo mismo se percibe al comparar el Allegro molto con el Finale, movimientos que con su carácter festivo equilibran la oscuridad y melancolía que impregnan gran parte de la obra. Ciertamente, el maestro ruso demuestra un don melódico equivalente al de Tchaikovsky, pero con un manejo de la estructura que éste habría envidiado. Sólo cabe lamentar que, luego de su partida definitiva de Rusia, Rachmaninov se viera obligado a hacer permanentes giras como virtuoso del piano y tardara 30 años en componer una nueva sinfonía.
Para 1943, cuando Rachmaninov fallecía en su casa de Beverly Hills, Martinu ya llevaba un par de años en Norteamérica y trabajaba afanosamente en su propia serie de sinfonías. Pese a ser tan prolífico, Martinu no había compuesto ningún concierto para viento solista (a excepción de un Doble Concierto para flauta y violín). Sin embargo, su compatriota Jiri Tancibudek, oboísta radicado en Australia, le escribiría poco después pidiéndole una obra para su instrumento.
El nuevo Concierto para oboe fue estrenado en Sydney en 1956, y llegaría a ser considerado como uno de los mejores del género. Al igual que en el Concierto para oboe y cuerdas (1944) de Vaughan Williams, la estructura desciende de antepasados barrocos y la orquesta es de reducidas dimensiones. Martinu incluye vientos y un piano, instrumento usual en las obras orquestales de este compositor y que es el único acompañante del solista en los dramáticos recitativos del movimiento central. Cuando solista y orquesta vuelven a unir sus voces en la sección final del movimiento, el resultado es un serenísimo coral de conmovedora belleza. El Poco allegro final, con su vitalidad irresistible y su métrica binaria, evoca la Polka, una danza usada anteriormente por otros compositores eslavos.
En 1958, Tancibudek y Martinu se reunieron en Basilea para discutir algunas modificaciones a la partitura del concierto, varias de las cuales no pudieron realizarse debido a la deteriorada salud del compositor, quien fallecería pocos meses después. Pese a su evidente atractivo y reconocida relevancia, la música de Martinu se sigue interpretando sólo de manera esporádica, por lo que varias entidades se han embarcado en una inédita campaña de difusión, declarando para el 2009 un “Año Martinu” en conmemoración del cincuentenario de su fallecimiento.-
Rachmaninov dejó Rusia luego de la revolución de 1917, y Martinu huyó a América en 1940 durante la invasión alemana. Desde entonces alternaron residencia entre Estados Unidos y Europa, expuestos a las corrientes estéticas dominantes de su tiempo, pero permaneciendo siempre fieles a un estilo muy personal y a la vez fuertemente enraizado en sus países de origen, a los que nunca pudieron regresar.
Rachmaninov conquistaría a un amplio público gracias a su virtuosismo pianístico y a sus composiciones teñidas de un sentimentalismo heredado de Tchaikovsky. Aunque mucho menos popular, Martinu se granjeó el apoyo de los más destacados intérpretes doctos con su estilo ecléctico, una mezcla única de folclor checo, jazz, impresionismo francés y un neoclasicismo que revivía incluso formas musicales del barroco y el Renacimiento. Por otra parte, Martinu creaba con una facilidad pasmosa –produjo unas 400 obras–, mientras que Rachmaninov debía lidiar con sus compromisos como pianista y director para hacerse del tiempo y la tranquilidad para componer.
La lenta gestación de la Sinfonía No.2 fue posible gracias a que Rachmaninov canceló todas sus apariciones como director entre 1906 y 1907. En el proceso, el compositor debió enfrentar la deteriorada autoconfianza que aún le producía el desastroso estreno de la Sinfonía No.1 (1897). Sin embargo, la Sinfonía No.2 se estrenó exitosamente y fue publicada de inmediato, convirtiéndose en una de las obras más conocidas de Rachmaninov hasta el día de hoy. Al igual que su predecesora, esta sinfonía es de dimensiones monumentales. Todos los movimientos están conectados entre sí por un tema recurrente; un recurso ya usado por Tchaikovsky en su Sinfonía No.5 (1888), pero que Rachmaninov maneja con mucho más oficio y sutileza. Es así como, luego de su primera aparición en las cuerdas bajas del Largo introductorio, el mismo tema da origen a la melodía principal del Allegro moderato.
También existen otras conexiones entre los movimientos; por ejemplo, entre el segundo tema del Allegro moderato y aquella memorable melodía del Adagio que es tan apreciada por el público. Lo mismo se percibe al comparar el Allegro molto con el Finale, movimientos que con su carácter festivo equilibran la oscuridad y melancolía que impregnan gran parte de la obra. Ciertamente, el maestro ruso demuestra un don melódico equivalente al de Tchaikovsky, pero con un manejo de la estructura que éste habría envidiado. Sólo cabe lamentar que, luego de su partida definitiva de Rusia, Rachmaninov se viera obligado a hacer permanentes giras como virtuoso del piano y tardara 30 años en componer una nueva sinfonía.
Para 1943, cuando Rachmaninov fallecía en su casa de Beverly Hills, Martinu ya llevaba un par de años en Norteamérica y trabajaba afanosamente en su propia serie de sinfonías. Pese a ser tan prolífico, Martinu no había compuesto ningún concierto para viento solista (a excepción de un Doble Concierto para flauta y violín). Sin embargo, su compatriota Jiri Tancibudek, oboísta radicado en Australia, le escribiría poco después pidiéndole una obra para su instrumento.
El nuevo Concierto para oboe fue estrenado en Sydney en 1956, y llegaría a ser considerado como uno de los mejores del género. Al igual que en el Concierto para oboe y cuerdas (1944) de Vaughan Williams, la estructura desciende de antepasados barrocos y la orquesta es de reducidas dimensiones. Martinu incluye vientos y un piano, instrumento usual en las obras orquestales de este compositor y que es el único acompañante del solista en los dramáticos recitativos del movimiento central. Cuando solista y orquesta vuelven a unir sus voces en la sección final del movimiento, el resultado es un serenísimo coral de conmovedora belleza. El Poco allegro final, con su vitalidad irresistible y su métrica binaria, evoca la Polka, una danza usada anteriormente por otros compositores eslavos.
En 1958, Tancibudek y Martinu se reunieron en Basilea para discutir algunas modificaciones a la partitura del concierto, varias de las cuales no pudieron realizarse debido a la deteriorada salud del compositor, quien fallecería pocos meses después. Pese a su evidente atractivo y reconocida relevancia, la música de Martinu se sigue interpretando sólo de manera esporádica, por lo que varias entidades se han embarcado en una inédita campaña de difusión, declarando para el 2009 un “Año Martinu” en conmemoración del cincuentenario de su fallecimiento.-
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